“YO LE DIGO A MI MARIDO QUE NO ME PEGUE TAN FUERTE”
Es muy recomendable para un
psicoanalista no perder su capacidad de asombro pues eso querría decir que ha
abandonado su campo de trabajo, ha caído en la común creencia de que las
palabras tienen un significado fijo, preestablecido, y que cuando uno dice
algo, no dice ni más ni menos que lo dicho; pero no hay sentido común. Hay
sentido, pero no común.
allá del impacto que produjo escucharla en ese
instante, más allá de lo que esa frase decía de esa paciente y su historia
conyugal y más allá de lo que expresaba acerca de su tratamiento, esta frase nos
servirá para reflexionar acerca del infierno que también anida en las
relaciones humanas -en todas ellas- y no sólo entre hombres y mujeres.
La familia, además de ser un
contrato social, económico, sexual, afectivo, es un modelo ideológico
inconsciente, lo que quiere decir que no se deja de ser familia por el hecho
fortuito de vivir solo.
Si nos quedamos en las
apariencias de lo que el título dice, concluiremos que se trata de una pobre
mujer víctima de un hombre desalmado, y no queremos venir a desmentir esta
realidad que, cotidianamente, nos consterna. Nos gustaría atrevernos a ir un poco más lejos y ver que
en esa frase, además de un pedido de que el daño sea menor, no hay una firme
decisión de poner fin al drama.
Es decir, hay una situación
establecida en la cual los espejismos imaginarios que atraviesa la pareja,
someten a ambos a vivir vidas ya vividas, a no poder ni saber salir de la
cárcel imaginaria donde la única elección (inconsciente) es ser preso o
carcelero, a compartir mesa y lecho con el miedo y con un deseo seco hace ya
tiempo; haciendo -sin darse cuenta- todo lo posible para que las cosas no
cambien, quejándose -todo lo que pueden- de que las cosas no cambian. Y sabemos
que la queja es una acción que garantiza que no habrá transformación.
A veces siguen juntos para que nada cambie, a
veces se separan para que nada cambie. Otras veces, los hijos son la excusa
para separarse o para no separarse y con el tiempo serán declarados culpables
de lo que se haya decidido. La estructura familiar busca un equilibrio que nada
tiene que ver con que los integrantes del grupo familiar sean -lo que se llama-
gente equilibrada.
La familia puede ser un buen lugar
para ayudar a crecer, un tiempo para dejar aprender, siempre y cuando sus
integrantes adultos, jóvenes y niños, reconozcan que crecer y aprender les
incumbe a todos, aunque la responsabilidad de este reconocimiento recaiga,
principalmente, en los adultos.
(E.G.M.)
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