El drama de los celos: El Yo y El Otro
El yo se constituye al mismo tiempo que el otro en el drama de los celos. Para el sujeto se produce una discordancia que interviene en la satisfacción espectacular debido a la tendencia que ésta sugiere. Ello implica la introducción de un objeto tercero que reemplaza a la confusión afectiva y a la ambigüedad espectacular mediante la concurrencia de una situación triangular. De ese modo, apresado en los celos por identificación, el sujeto llega a una nueva alternativa en a que se juega el destino de la realidad la de reencontrar al objeto materno y aferrarse al rechazo de lo real y a la destrucción del otro; o sino, conducido a algún otro objeto, recibirlo bajo la forma característica del conocimiento humano como objeto comunicable, puesto que la concurrencia implica rivalidad y acuerdo a la vez; al mismo tiempo, sin embargo, reconoce al otro con el que se compromete la lucha o el contrato, es decir, en resumen, encuentra al mismo tiempo al otro y al objeto socializado. En este caso, una vez más, los celos humanos se distinguen de la rivalidad vital inmediata, ya que constituyen su objeto en mayor medida de lo que él los determina: se revelan así como el arquetipo de los sentimientos sociales.
El yo así concebido no alcanza antes de los tres años su constitución esencial; ésta coincide, como observamos, con la objetividad fundamental del conocimiento humano. Es notable que la riqueza y el poderío de este conocimiento se basen en la insuficiencia vital del hombre en sus orígenes. El simbolismo primordial del objeto favorece tanto su extensión fuera de los límites de los instintos vitales como su percepción como instrumento. Su socialización a través de la simpatía celosa instaura su permanencia y su sustancialidad.
Tales son los rasgos esenciales del rol psíquico [58] del complejo fraterno. He aquí algunas aplicaciones.
Condiciones y efectos de la fraternidad. El papel traumático del hermano en el sentido neutro está constituido así por su intrusión. El hecho y la época de su. aparición determinan su significación para el sujeto. La intrusión se origina en el recién llegado y afecta al ocupante; en la familia, y como regla general, se origina en un nacimiento y es el primogénito el que desempeña en principio el papel de paciente.
La reacción del paciente ante el trauma depende de su desarrollo psíquico. Sorprendido por el intruso en el desamparo del destete, lo reactiva constantemente al verlo: realiza entonces una regresión que, según los destinos del yo, será una psicosis esquizofrénica o una neurosis hipocondríaca o, sino, reacciona a través de la destrucción imaginaria del monstruo que dará lugar, también, a impulsos perversos o a una culpa obsesiva.
Si el intruso, por el contrario, aparece recién después del complejo de Edipo, se lo adopta, por lo general, en el plano de las identificaciones paternas, afectivamente más densas y de estructura más rica, como veremos. Ya no constituye para el sujeto el obstáculo o el reflejo, sino una persona digna de amor o de odio. Las pulsiones agresivas se subliman en ternura o en severidad.
Pero el hermano da lugar también al modelo arcaico del yo. En este caso, el papel de agente corresponde al mayor por estar más desarrollado. Cuanto más adecuado sea este modelo al conjunto de las pulsiones del sujeto, más feliz será la síntesis del yo y más reales las formas de la objetividad. ¿El estudio de los gemelos confirma esta fórmula? Sabemos que múltiples mitos les atribuyen el poderío del héroe, por el cual se restaura en la realidad la armonía del seno materno, aunque a costa de un fratricidio. Como quiera que sea, tanto el objeto como el yo se realizan a través del semejante; cuánto más pueda asimilar de su compañero más reafirma el sujeto su personalidad y su objetividad, garantes de su futura eficacia.
Sin embargo, el grupo de la fratria familiar, de edades y sexos diversos, favorece las identificaciones más discordantes del yo. La imago primordial del doble en la que el yo se modela parece dominada en un primer momento por las fantasías de la forma, como se lo comprueba en la fantasía, común a ambos sexos, de la madre fálica o en el doble fálico de la mujer neurótica. Ella tendrá así una mayor tendencia a la fijación en formas atípicas en las que pertenencias accesorias podrán desempeñar un papel tan importante como el de las diferencias orgánicas; y, de acuerdo con el impulso, suficiente o no, del instinto sexual, esta identificación de la fase [60] narcisista dará lugar a las exigencias formales de una homosexualidad o de algún fetichismo sexual o, sino, en el sistema de un yo paranoico, se objetivará en el tipo del perseguidor, exterior o íntimo.
Las conexiones de la paranoia con el complejo fraterno se manifiestan por la frecuencia de los temas de filiación, de usurpación o de expoliación, y su estructura narcisista se revela en los temas más paranoides de la intrusión, de la influencia, del desdoblamiento, del doble y de todas las trasmutaciones delirantes del cuerpo.
Estas conexiones se explican por el hecho de que el grupo familiar, reducido a la madre y a la fratria, da lugar a un complejo psíquico en el que la realidad tiende a mantenerse como imaginaria o, a lo sumo, como abstracta. La clínica demuestra, efectivamente, que el grupo así descompletado [decomplété] favorece en gran medida la eclosión de las psicosis y que en él se observan la mayor parte de los casos de delirios de a dos.
El complejo de Edipo
Freud elaboró el concepto de complejo al descubrir en el análisis de la neurosis los hechos edípicos. Dada la cantidad de relaciones psíquicas que afecta el Complejo de Edipo, expuesto en más de un lugar de esta obra, se impone aquí a nuestro estudio, ya que define más particularmente las relaciones psíquicas en la familia humana, tanto como a nuestra crítica, en tanto que Freud considera que este elemento psicológico constituye la forma específica de la familia humana y le subordina todas las variaciones sociales de la familia. El orden metódico aquí sugerido, tanto en la consideración de las estructuras mentales como en la de los hechos sociales, conducirá a una revisión del complejo que permitirá situar en la historia a la familia paternalista e ilustrar con mayor profundidad la neurosis contemporánea.
Esquema del complejo. El psicoanálisis ha revelado en el niño pulsiones genitales cuyo apogeo se sitúa en el 4° año. Sin extendernos aquí acerca de su estructura, digamos que constituyen una especie de pubertad psicológica, sumamente prematura, como podemos observar, en relación con la pubertad fisiológica. Al fijar al niño, a través de un deseo sexual, al objeto más cercano que le ofrecen normalmente la presencia y el interés (referidas al progenitor del sexo opuesto), estas pulsiones constituyen la base del complejo; su frustración forma su nódulo. Aunque es inherente a la esencia prematura de esas pulsiones, el niño relaciona esta frustración con un objeto tercero que las mismas condiciones de presencia y de interés le señalan normalmente como el obstáculo para su satisfacción: el progenitor del mismo sexo.
En efecto, la frustración que sufre se acompaña, por lo general, con una represión educativa cuyo objetivo es el de impedir toda culminación de estas pulsiones y, especialmente, su culminación masturbatoria. El niño, por otra parte, adquiere una cierta intuición de la situación prohibida, tanto a través de los signos discretos y difusos que revelan a su sensibilidad las relaciones parentales, como por los azares intempestivos que se las descubren. A través de este doble proceso, el progenitor del mismo sexo se le aparece simultáneamente al niño como el agente de la prohibición sexual y el ejemplo de su transgresión.
La tensión así constituida se resuelve, por un lado, a través de una represión de la tendencia sexual que permanecerá desde entonces latente hasta la pubertad -dejando lugar a intereses neutros, eminentemente favorables a las adquisiciones educativas- ; por el otro, a través de la sublimación de la imagen parental que perpetuará en la conciencia un ideal representativo, garantía de coincidencia futura de las actitudes psíquicas y de las actitudes fisiológicas en el momento de la pubertad. Este doble proceso tiene una importancia genética fundamental, ya que permanece inscrito en el psiquismo en dos instancias permanentes: la que reprime se llama Superyó; la que sublima, Ideal del yo. Ambas representan la culminación de la crisis edípica
Valor objetivo del complejo. Este esquema esencial del complejo corresponde a una gran cantidad de datos de la experiencia. En la actualidad la existencia de la sexualidad infantil es irrefutable; por otra parte, al haberse revelado históricamente a través de las secuelas de su evolución constituidas por las neurosis, es accesible a la observación más inmediata y su desconocimiento secular constituye una notable demostración de la relatividad social del conocimiento humano. Las instancias psíquicas que con el nombre de Superyó e Ideal del yo se han aislado en un análisis concreto de los síntomas de las neurosis, han mostrado su valor científico en la definición y la explicación de los fenómenos de la personalidad; existe allí un orden de determinación positiva que explica una gran cantidad de anomalías de la conducta humana y, al mismo tiempo, determina que en relación con estos trastornos las referencias al orden orgánico sean caducas, referencias éstas que aunque sólo sea por puro principio o simple mítica, aún son consideradas como método experimental por toda una tradición médica.
A decir verdad, el prejuicio que atribuye al orden psíquico un carácter de epifenómeno, es decir inoperante , se veía favorecido por un análisis insuficiente de los factores de este orden; estos accidentes de la historia del sujeto asumen la importancia que permite relacionarlos con los diversos rasgos individuales de su personalidad precisamente a la luz de la situación definida como edípica; se puede precisar, incluso, que cuando esos accidentes afectan como traumas la evolución de la situación edípidca, se puede precisar, incluso, que cuando esos accidentes afectan como traumas la evolución de la situación edípica, se repiten mas bien en los efectos del Superyó; si la afectan como atipias en su constitución , se reflejan sobre todo en las formas del Ideal del yo. De ese modo, como inhibiciones de la actividad creadora o como inversiones de la imaginación sexual, una gran número de trastornos, muchos de los cuales aparecen a nivel de las funciones somáticas elementales, han encontrado una reducción teórica y terapéutica.
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